Monday, March 1, 2010

Mi mamá me mostró un artículo recopilado de la revista ¡Despertad!, el número del 22 de febrero de 1995, pág. 15. El tema del artículo es ¿Predicarán de puerta en puerta? Lo hallé interesante, como siempre son los artículos del "esclavo fiel y discreto" (Mateo 24:45-47).

“EL PAPA envía predicadores a las calles de Roma.” Así tituló el periodista Greg Burke una crónica en la que dijo: “El papa Juan Pablo exhortó a los católicos de Italia a copiar el ejemplo de sectas como la de los testigos de Jehová, que están ganando adeptos en el país, y a comenzar a predicar de puerta en puerta.

”‘No es momento para avergonzarse del Evangelio, sino para pregonarlo desde las azoteas’, afirmó el lunes el Papa ante un grupo de 350 predicadores itinerantes y profesores de religión [...].

”‘Espero que vuestra empresa de proclamar el Evangelio en las calles... sea muy fructífera —les dijo—. Vosotros habéis vuelto a descubrir una forma de predicación que llega incluso a aquellos que se han apartado de la fe.’”

Burke comentó: “La asistencia a misa ha disminuido bruscamente en Italia durante las últimas dos décadas, y, al parecer, el entusiasmo del Papa por los predicadores de puerta en puerta es, al menos en parte, una respuesta a la pérdida de influencia de la Iglesia”.

La exhortación del pontífice a “comenzar a predicar de puerta en puerta” no es del todo nueva. Uno de sus antecesores, Pablo VI, declaró que la Iglesia Católica “existe para evangelizar”. Y el propio Juan Pablo II publicó en 1991 su encíclica Redemptoris Missio (La misión del Redentor) para alertar a su Iglesia sobre la necesidad de cumplir el mandamiento de Jesús de predicar públicamente.

El escritor católico Peter Hernon, preocupado por la promocionadísima “Década de evangelización”, que ya cumplió varios años, planteó en el periódico londinense Catholic Herald la pregunta: “¿Qué le ha pasado a la evangelización?”. Al interrogar a un obispo sobre los escasos progresos, este respondió: “No hay por qué apurarse. La Iglesia apenas tiene dos mil años de existencia”.

Con razón Hernon preguntó: “¿Dónde está el sentido de urgencia que comunicó Jesús a Sus discípulos cuando los despachó a evangelizar las aldeas vecinas, o San Pablo cuando dijo: ‘¡Ay de mí! si no predicare el evangelio? (1 Co 9:16)’”. ¿Imitarán los católicos a los primeros cristianos, que predicaron públicamente “y de casa en casa”? (Hechos 5:42, La Biblia, versión de Salvatore Garofalo; Hechos 20:20, La Sagrada Biblia, versión del Pontificio Instituto Bíblico de Roma.)

Hernon reconoció que cuando se trata de evangelizar de puerta en puerta, “puedo oír a los escépticos decir entre dientes: ‘Pura teoría; poco práctico’. Pero no lo es —replica el escritor—. Para justificar tal afirmación, me veo obligado a emplear una palabra fea. Digo fea porque la última vez que la utilicé en un artículo católico, la sección completa fue suprimida (aunque todo lo demás quedó intacto). Esta es: testigos de Jehová [...;] a cada testigo se le enseña que la misma naturaleza de su llamamiento lo convierte forzosamente en misionero”.

A pesar de sus discrepancias con las creencias de los testigos de Jehová, Hernon admite que al examinar los métodos de predicación de estos, “cuesta trabajo no acordarse de la Iglesia primitiva que se describe en los Hechos de los Apóstoles”.

Los testigos de Jehová prosiguen con su celoso ministerio de puerta en puerta, cumpliendo así en este tiempo el mandato de Jesús: “Serán testigos de mí [...] hasta la parte más distante de la tierra”. (Hechos 1:8.)

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